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Los Maestros. Marceo Figueras


La maestra Erika Giovanna Klien en su clase en 1930
© The Dalton School Archives

En otras épocas los maestros eran venerados. La gente peregrinaba desde sitios remotos para oírlos hablar, en busca de conocimientos sobre el mundo físico y las leyes de la lógica, sobre los humores del cuerpo y la esfera celeste, sobre los ciclos de la naturaleza y la historia antigua, atesorando cada una de sus palabras con el celo de quien entiende que, a diferencia de los poderes seculares, la sabiduría no se corrompe con el tiempo. Otros maestros, como los monjes Kildare, se dedicaban a la conservación del saber, con la certeza de que nadie puede levantar un edificio si pierde sus pilares, y copiaban cada idea y cada ilustración de sus antepasados, sacra o pagana, en libros a los que llenaban de exquisitos marginalia. (La circulación del saber en tiempos oscuros, de los maestros griegos a los árabes y de los árabes a los copistas medievales, dice algo de la tolerancia entre hombres, tiempos y culturas que no debería ser ignorado.) Otros, con celo misionero, llevaban sus enseñanzas allí donde las imaginasen requeridas, en mula, en nave o carruaje, como quien lleva el don del fuego a una tierra que sólo conoce el frío. Muchos acompañaron empresas colonizadoras, pero no puede hacérselos responsables de la destrucción; no sería justo acusar a Aristóteles, que fue su maestro, de las conquistas de Alejandro Magno.

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Kamchatka. Marcelo Figueras. Alfaguara. Buenos Aires. 2003. Página 219
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A-N FIGK (Rotulo Azul - Novela-).
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