miércoles

Soledad y solidaridad

Experiencia de mediación lectora de Andrés Monroy
Bogotá - 2005

Estar en un hospital puede generar muchas emociones en todos, tanto en el paciente como en el cuidador.
 
La tristeza, el miedo la ansiedad son sentimientos que se pueden llevar “mejor” si está a nuestro lado una persona cercana que nos ama y nos brinda seguridad para sobrellevar las situaciones más difíciles.

A lo largo del programa he compartido con diferentes niños que pasan por los diversos estados emotivos y es reconfortante ver que en la gran mayoría de los casos, estos niños se encuentran acompañados por sus seres queridos.

Pero existe, sin embargo, un pequeño grupo de niños que llegan al hospital por diversas razones (para someterse a una cirugía, a una serie de terapias, o simplemente por alguna enfermedad) y pasan toda esta experiencia en soledad.

Para estos niños, los lectores que los visitan gracias a la presencia en las instituciones del programa Palabras que Acompañan-Dolex, se convierten en los generadores de uno de los pocos espacios en los cuales los pequeños pueden ser el centro de un intercambio en el que los adultos no les piden nada a cambio. Esa oportunidad de compartir con alguien, que te lee, te escucha y te reconoce como individuo, es una experiencia que se vuelve imborrable en la memoria de todos estos niños para los que la soledad es su otra compañera invisible en el hospital.

Algo que nunca dejará de sorprenderme, es ver la solidaridad que se crea alrededor de estos niños, pues las enfermeras jefes, las auxiliares, las terapistas respiratorias y las madres de los otros niños con los que comparten habitación, se toman como un problema personal la ausencia de compañía de estos pequeños y siempre te están recomendando que les dediques un tiempo especial a ellos.

Es así como llegamos a entablar una relación que va creciendo día a día con niños y niñas como Karen de dos años de edad, quien llevaba más de un mes en el Hospital de la Victoria y que en medio del tedio de su rutina, acurrucada en su cuna amarilla, pegaba un brinco, para levantarse y apoyarse en la baranda para recibirnos con una sonrisa que no tenía unos segundo antes, pues veía que nos acercábamos con el carro y los libros del programa. Karen era conciente de que iba a pasar un momento en el que alguien la miraría a los ojos y le narraría una historia, o le hablaría de los animales que ella señalaba e intentaba repetir, como apropiándose de todo lo que significa ese rato con el que compartimos juntos. Estoy seguro que estas “Palabras” fueron para Karen unas caricias que tocaron lo más profundo de su ser.


Fotografía de Adriana Castellanos