Foto tomada de bogota.gov.co
“Nos encontramos a nosotros mismos únicamente
mirando lo que no somos.
No puedes poner los pies en la tierra hasta que no
has tocado el cielo”.
El palacio de la
luna. Paul
Auster
Cuando
estudiaba en la Universidad Distrital, pasaba todos los días por el Parque de
la Independencia. Unas veces, tomaba un atajo por el Planetario, pero cuando
tenía tiempo, me gustaba caminar por un sendero que tenía, a un lado, un
espacio muy amplio en el que había un mueble inmenso, de colores amarillo y
rojo. La curiosidad me llevó a preguntar qué era ese objeto y así, me enteré
que era un Paradero Paralibros Paraparques. Desde ese momento, quise ver cómo
funcionaba y cómo podía disfrutar de un libro en el parque. Curiosamente, nunca
coincidí con el horario de servicio de la "P" y por lo tanto, no la vi
abierta.
Pasaron
los años y dos cosas importantes sucedieron en mi vida: conocí el placer de
movilizarme en bicicleta por la ciudad y me cambié de vivienda. La bicicleta me
transportó por diferentes lugares de Bogotá, los cuales visitaba frecuentemente
por el trabajo y por las prácticas pedagógicas de la universidad. En cada
recorrido, pude notar que existían muchas "P" en la ciudad y mi
ansiedad por disfrutar de este servicio de biblioteca comunitaria fue
aumentando.
Un fin
de semana, programamos una salida con mis primas a jugar en la arenera del
parque de Ciudad Montes y en este parque inmenso, encontré una "P"
abierta, como una flor al borde de un bosque. Esa mañana, pasamos un rato de
exploración entre cubos de madera de colores, libros de diversos géneros y para
todas las edades. Todos tenían las mismas características de las mejores
bibliotecas que conocía en Bogotá, como las de Biblored o las de Colsubsidio,
lo cual me hizo sentir muy familiarizado con el servicio y con la colección.
Desde
ese día feliz, me volví un visitante asiduo de la "P", ya que me
ayudaba a ahorrar tiempo y dinero, porque cada visita personal o con mis primas
a la biblioteca de El Tunal o a la Virgilio Barco eran muy costosas por la
distancia. En la “P”, no solo encontré diversidad de libros, sino que también pude
conocer personas con las que compartíamos los mismos intereses lectores y gracias
al diálogo, pude ampliar mis referentes y percepciones. Entre estas personas,
es importante destacar el papel del promotor de lectura, quien fue un puente
para explorar novedades, curiosidades y libros altamente recomendados de la
colección.
Empecé
este relato de vida con una cita del escritor norteamericano Paul Auster. De
todos los libros de la “P” que pasaron por mis manos, El palacio de la luna fue el que se fijó de forma más intensa en mi
memoria. Perdura su recuerdo, porque me ayudó a ser consciente de uno de los papeles
que ha tenido la literatura en mi vida: ha sido un punto de referencia que me
ayuda a entender objetivamente lo que no soy, pero que con el tiempo llegaré a
ser.
Gracias
a un libro y a un espacio como la “P”, puedo seguir escribiendo la bitácora de
mi identidad.
AUSTER,
Paul. El palacio de la luna. Anagrama:
Barcelona, 1996.